lunes, 14 de noviembre de 2011

El dólar, ¿una pasión Argentina?

Reproducimos dos editoriales escritas por el genial Eduardo Aliverti. Están conectadas entre sí y como siempre, echan luz sobre la política y los medios hegemónicos, está vez sobre las campañas relacionadas al dólar.
LQNTE



El barullo
Eduardo Aliverti

No es que nunca se vio, sino todo lo contrario. Pero la insistencia de chocar contra la misma piedra es digna de respeto.
Aunque ya venía amenazando poco antes de las elecciones, el clima de que “algo anda mal” no tardó ni un par de días en expandirse tras el 54 por ciento. El vehículo fue, es y será, cada vez que pueda o tenga que ser, el dólar como pasión argentina; como refugio hacia el cual escapar, o en el que guarecerse por si las moscas, según la convicción de sectores de una clase media que es la destinataria exclusiva del humor mediático. En la creación o amplificación de atmósferas conflictivas, importa tres pitos lo que ocurra con aquellos cuyo poder adquisitivo tiene nada que ver, en forma directa, con la cotización de la divisa estadounidense. En los grandes medios que motorizan expectativas desfavorables no existen ni la estabilidad del empleo, ni la asignación universal por hijo, ni el impacto de ésta en los índices de escolaridad, ni que precios crecientes no es igual a precios altos. Ni, menos que menos, los indicadores populares de que la política volvió a sentirse como algo que no discurre, necesariamente, por su sujeción a los agentes del poder económico. Esto no significa cargar culpas o responsabilidades decisorias en el papel de la prensa opositora; ni ignorar que en efecto hay dificultades en el flanco externo de la economía, por mucho que “problemas” y “algo anda mal” no sea la misma cosa. Es cierto que las importaciones crecen más que las exportaciones y que lo girado al exterior por las multinacionales se incrementó, porque también lo hicieron sus ganancias y por los requerimientos de sus casas matrices debido a la crisis financiera mundial. Es cierto que eso debe reubicar el alerta por el grado de extranjerización de la economía argentina. Y es cierto que el Gobierno argentino, como lo explica Enrique Martínez en un análisis de circulación electrónica, cometió un error. “Reglamentar la compra de dólares, aun en muy pequeña cantidad (…), avivó fantasmas del pasado sin necesidad
y, rápidamente, fue aprovechado por quienes quieren sabotear esta política con una intención muy clara: conseguir que Argentina tome deuda externa nuevamente, y reinicie la rueda perversa que ya sabemos a dónde conduce. (…) Un error que en política no es admisible: tomar una decisión sin prever qué hará el adversario sobre ella. La prensa hostil, más varios operadores cambiarios, reaccionaron con agilidad y sembraron el temor, porque en ese burbujeo es donde más ganan”. Basta citar alguna cifra, como la que habla de que los exportadores sojeros, desde hace alrededor de dos semanas, liquidan un 40 por ciento menos de lo que les corresponde impositivamente. Y también es cierto, como especifica el titular del INTI, que debe diferenciarse a quien guardó o guarda dólares en el colchón de quien busca colocarlos en un banco del exterior, usualmente por una vía irregular. “Cierta prensa malintencionada llama a ambas cosas ‘fuga de capital’, cuando en rigor sólo la segunda lo es. La primera forma de ahorro le quita recursos a los bancos, pero eso es mucho menos grave que llevarse el dinero fuera del país”.
En línea análoga con esos manipuleos mediáticos, el recorte en los subsidios del Estado a las empresas de servicios públicos, como a compañías financieras y de seguros, juegos de azar, puertos y aeropuertos, etcétera, fue presentado cual demostración del estrangulamiento que atravesarían las arcas fiscales. La impertérrita gata Flora sale a escena una vez más, tras su insistencia de hace tiempo con lo imperioso de que el Gobierno recorte ese tipo de beneficios. Ahora que lo hace, por las cuentas requirentes de ajuste pero en un marco que puede impedir su traslado a las porciones sociales más desprotegidas, resulta que es símbolo de soga casi al cuello.
En sentido más universal acerca de las andanzas discursivas de la derecha, no sólo en plano periodístico, en Página/12 del martes pasado hay una excelente entrevista del colega Javier Lewkowicz a Pablo Bortz, economista argentino de la Universidad Tecnológica de Delft, Holanda. La nota merece ser leída en su totalidad porque, tanto desde la sencillez explicativa como por los datos y conclusiones que brinda Bortz, echa muy buena luz estructural sobre la presunta insensatez del “rescate” que la Unión Europea le (se) propone para la caldera griega. Pero el remate, sobre todo, es neurálgico. A la pregunta de qué efecto produce a nivel político la crisis económica, Bortz señala que “los partidos de ultraderecha, que luego de la Segunda Guerra Mundial no tenían gran relevancia, ahora han crecido en muchos distritos hasta ser, casi, opción de gobierno. (…) La derecha hizo (…) un discurso muy inteligente. Si en Argentina apela a ‘Doña Rosa’ (bueno, podría decirse que apelaba), en Holanda inventaron a ‘Hank y Greta, una pareja cincuentona que ‘paga impuestos para que en las universidades estudien vagos y los extranjeros les quiten el trabajo a los nativos’. (…) Dicen que Grecia es el ejemplo de descontrol fiscal, se quejan de ‘los vagos griegos’, pero Grecia no paga en pensiones, como porcentaje del PBI, más que Alemania o Austria. En cambio, los griegos trabajan un 40 por ciento más, en horas, que los alemanes y los holandeses”. Y entonces sigue el apunte que, como bien dice Bortz, nadie menciona. “(…) Grecia tiene un importante gasto militar, (…) por el conflicto con Turquía por Chipre. Y no por casualidad, sus principales proveedores de armas son Alemania y Francia. De hecho, (…) hubo un rescate de 100 mil millones de euros, condicionado a que Grecia compre 20 mil millones en armas”.
¿Esto vendría a ser el “anarco-capitalismo financiero”? No, esto es capitalismo en el más puro de sus estados. El periodista podría observar, acerca de eso, un matiz de diferencia con el discurso impactante que dio la presidenta argentina esta semana, en Francia, durante la cumbre de los desarrollados más los emergentes. Vale reparar, como marcaje excedente de la nota de color, que volvió a prescindir de hasta un mero ayuda-memoria como sostén de su oratoria excepcional: imaginemos, por un segundo, que delante de esa crema de presidentes y primeros ministros hubiera tenido que exponer cualquiera de los espectros de nuestra oposición. Fuera de eso, Cristina ratificó su confianza en el sistema, aludiendo a la necesidad de un capitalismo más serio que, en vez de controlar a los países a ver cómo ajustan, regule a los que verdaderamente deben regularse. Obama y Sarkozy se rindieron mediáticamente a los pies de esta jefa de Estado que les chanta en la cara cuánto están equivocándose, pero asoma alguna dosis de ingenuidad -de  cínica brillantez, es probable- en la pretensión de que se corrijan. La mirada o demanda del suscripto es un tanto rebuscada, políticamente hablando, porque la correlación de fuerzas internacional es la que es. Debería bastar con que Cristina llegó hasta el límite de correrlos por izquierda. Pero si pasamos a lo ideológico, estaría claro que el capitalismo ya no tiene respuestas de justicia social y que se impone una instancia superadora. Un foro como el G-20 no da para decir eso, con toda seguridad. Jamás debe perderse de vista la distancia abismal entre la responsabilidad de un líder político y las facilidades de un comentarista. Y por lo pronto, se advierte en el discurso presidencial la idea subyacente de que, así como están, no van a ninguna parte que no sea horrible para la mayoría y las mayorías de los pueblos. Cristina es lo más a la izquierda que haya surgido de mucho tiempo a esta parte, en este país y en el subcontinente, desde una concepción de estadista respetada. Y encabeza aquí la única herramienta política que, hoy por hoy, es capaz de consolidar un rumbo de reparación para esas grandes mayorías, sin que eso quiera decir más que eso.
A la hora de fijarse o alarmarse por el barullo con la compra autorizada de dólares, sin ir más lejos, es mejor tenerlo en cuenta porque a la película de  joder con la economía y la desconfianza de la clase media, a falta de opciones políticas de derecha que tengan votos, también ya la vimos.

MARCA DE RADIO, sábado 5 de noviembre de 2011. (http://www.marcaderadio.com.ar/tex/edit11/111105edit.pdf)
 
Sigan Así
Eduardo Aliverti

Esta columna vuelve a versar, en parte, acerca de miradas sobre el barullo con el dólar. El motivo es la persistencia de una construcción de clima, mucho más que un estado palpable de datos negativos.

También debe insistirse con el alerta de que ninguna de las observaciones al respecto va en desmedro de las cosas que el Gobierno está haciendo realmente mal.
Haber equiparado a pequeños ahorristas de dólares con fugadores de capital es un error muy grosero y, ya que se hizo y ya que estamos, debería obligar al repaso de la política comunicacional del oficialismo. Más que de esto último, en rigor, cabría hablar de un agrupado de acciones sin duda eficaces y necesarias, pero insuficientes si es cuestión de entenderlas como estrategia global. El carisma incomparable de la Presidenta; medios, programas, comunicadores e intelectuales que marcan una construcción de sentido distinta a la hegemónica; la difusión de una simbología que tonificó el papel del Estado como reparador de los desequilibrios sociales, por cierto que basándose en hechos palpables; hallazgos publicitarios en tiempos de campaña electoral, favorecidos por los hazmerreír de los contrarios, no alcanzan a ser un diseño de comunicación eficiente para momentos de turbulencia de cierto tipo. “Tomando el total de personas físicas y jurídicas (estas últimas, empresas) que compraron dólares entre julio y septiembre de este año, quienes adquirieron más de 100 mil dólares mensuales en promedio representan el 37 por ciento de ese total de compradores. Los sujetos, sean individuos o empresas, que compraron por debajo de mil dólares mensuales promedio, son apenas el 7 por ciento del total. Aquellos poseedores de grandes fortunas individuales, o empresas grandes que pasan sus activos a dólares por magnitudes importantes, son los que mueven el mercado; los que agitan las aguas tratando de generar temores entre los más chicos, los pequeños ahorristas, que son una minoría en el mercado de cambios no sólo por las cifras que manejan, sino por cuántos son frente a los que mueven grandes capitales”. Este textual es de la presidenta del Banco Central, cuando hace pocos días cerró el foro de Economía convocado por Carta Abierta. La escucharon unos varios centenares de adherentes que habrán ratificado sus convicciones, y está muy bien. El ligero detalle es que, por fuera de ese ámbito cerrado; del artículo de Raúl Dellatorre en Página/12 del domingo pasado; de variados portales de llegada limitada y, naturalmente, de alguna otra reproducción escapada de la atención del cronista, esas cifras terminantes e indesmentidas que despachó Marcó del Pont se toparon con un vacío informativo ostentoso. Como debe ser, habiendo la dura batalla periodística entre los unos y los otros. Pero, ¿qué es lo que impide a los funcionarios la búsqueda de dispositivos retrucadores más vigorosos? Cada tanto aparecen respuestas contundentes que no dan, ni de cerca, la idea de ser un mecanismo coordinado, ni contenido en una dirección mayor. Otro ejemplo es dejar trascender que continuarán recortándose subsidios estatales, sin salir al cruce con las precisiones correspondientes; y su obvia consecuencia de dar pasto a fieras que retroalimentan, por anticipado, un aire de problemas y apretadas.

Consignado el ítem de los yerros que deben facturarse al Gobierno, sobrevienen apuntes e interrogantes sobre la impunidad con que se expresan medios, colegas y analistas. Militantes liberales, para ser mansos. Podría refutarse que impunes es una calificación desacertada o ampulosa, atentos a que el resultado de las urnas les significó una sanción. Vale. Pero no por eso perdamos de vista que el poder de fuego mediático se refuerza cada jornada. Que su negocio es la espectacularidad angustiosa. Que trabajan las veinticuatro horas, no cada dos o cuatro años. Montados en las pifias oficialistas, llegan a hablar de corralito cambiario; de ambiente recordatorio de 2001; de que las desventuras de Susana Giménez son una muestra, algo extravagante pero válida, de ahorristas-rehenes. Entrevistan a todos los economistas y consultores que ya se equivocaron pornográficamente, una y mil veces, en todos los pronósticos que dieron (entiéndase a “se equivocaron” como otra concesión amistosa, por supuesto). No dejan a ninguno afuera. Y los tipos hablan como si fueran la Virgen Desatanudos, y otra vez explican que debe desrregularse a los agentes económicos para que retorne la confianza. Los que en los ’90 se babeaban con nuestro ingreso primermundista. Los que felicitaron que Neustadt mostrara un teléfono a cámara para preguntarse si la soberanía estaba dentro del aparato. Los que amplificaron que sólo el mercado debía determinar si al país le convenía producir acero o caramelos. Los que apenas por pudor de circunstancia no siguen afirmando en público que achicar el Estado es agrandar la Nación. Los que hoy se espantan de la crisis europea e inquieren sobre los grandes liderazgos políticos desaparecidos, como si no supieran que el origen es haberse rendido a las sirenas del capital financiero en rol de fin primero y último. Ahora quieren que la política los salve de su economía; y juran que se rompen la cabeza con el acertijo de quién parió a Berlusconi, a Sobra el Griego, al inminente De la Rúa español, al petiso francés, a la enfermera alemana. Pero no pueden ni con su genio ni contra sus intereses, y entran en contradicciones deslumbrantes. Por un lado ya miran con alteración eso de los indignados que les cascotean el rancho y las dependencias de Wall Street. Por otro, firman a dos manos sus recetas de toda la vida. Y para el caso local, apuestan a que la salida de un eventual cuello de botella financiero consista en volver a las fuentes. A las suyas. Ajuste, ya se sabe sobre quiénes.

Desde el ya clásico “¿y por qué se alcanzarían resultados diferentes si aplican siempre la misma fórmula?”, cabe preguntarse si los actores del tremendismo creen francamente que sus postulados son los correctos. O si es que sus emperramientos quedan por delante de que al país le vaya bien con este modelo o proyecto. El firmante apuesta por lo segundo porque, en dos planos, hay realidades que vienen siendo concluyentes. Una es el cotejo con la Argentina incendiada desde la que se arrancó. La otra, una oposición patética y partida que acaba de ser arrasada en las elecciones por-justamente- insistir con un discurso vacío, de mero denuesto. Que pueda no tomarse nota de esas constataciones, en la medida de que rija honestidad intelectual, es imposible de comprender como no sea bajo el criterio de la obcecación. En verdad, mejor sería hablar de la ofuscación de clase. Eso, a su vez, refleja dos cosas. Que este Gobierno tocó intereses de sectores del privilegio en una proporción no prevista. Y que sus adversarios mediáticos -la única oposición sobreviviente junto con algunos bloques dominantes- carecen de mayor inteligencia para enfrentarse a aquello que los enardece. Joden, pero no pueden tumbar.
Que ambos sigan así.

MARCA DE RADIO, sábado 12 de noviembre de 2011. (http://www.marcaderadio.com.ar/tex/edit11/111112edit.pdf)

3 comentarios:

  1. Muy buen trabajo una verdadera joyita os felicito por la calidad de información sigue así
    un saludo !!!

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  2. Muchas gracias, pero en verdad debés felicitar a Aliverti, yo sólo lo transcribí.
    Saludos!

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  3. Gracias Eduardo por la claridad, entre tanta mala leche...

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